TESTIMONIOS DE AMIGOS



Dumas Oroño tuvo confianza en la causa de la cultura entendida como "caudal que se reparte". Su vida se repartió entre la gestión cultural como misión ya que no como profesión (no existía como tal) y la entrega a su obra. Su obra consistía en pintar, bocetar, burilar calabazas, proyectar y decorar piezas cerámicas, diseñar joyas, proyectar obras incorporadas a la arquitectura (murales, rejas, vitrales, luminarias)..., y dar clase. Dar clase consistía en prepararlas preparando de paso el terreno para los interesados en seguir la profesión, ¿cómo?: haciendo libros. El primero, publicado en Buenos Aires a sus 30 años.  Su vida estuvo signada por el propósito de vivir con fidelidad a una vocación que abrazaba lo colectivo como instancia de lo personal, pero que, a la vez, contravenía la imagen paterna que decidió no heredar. Todo este rollo para introducir la invitación del Museo Blanes, que le fue tan querido.
Tatiana Oroño

La cultura resistente – el Taller Oroño
Dumas Oroño (1921-2005), artista plástico y docente de importante legado social y cultural. El viernes 13 de febrero a las 19:30 se inaugura una muestra homenaje en el Museo Blanes, Av. Millán 4015, con entrada libre a todo público. En el marco de esta muestra y a diez años del fallecimiento del artista, dejamos testimonios de ex alumnos y amigos. (Estos testimonios fueron publicados en la revista web www.vadenuevo.com.uy)


Marcos Ibarra – Mirar y ver
En 1978 hacía tres años que me había venido de Tacuarembó. Escuché en “La 30”, la radio de la resistencia de aquellos años, una información acerca de cursos abiertos en Taller Oroño con la dirección; y como me quedaba cerca de casa, fui. Yo no sabía nada de pintura y menos aún de los pintores (ahora sé apenas algo más); ni siquiera sabía que Dumas Oroño era tacuaremboense.  A partir de entonces y de una manera progresiva, entré en contacto con el mundo de la pintura. Hasta ese momento, usaba las dotes que tenía como dibujante y me centraba en la representación de escenas, rostros, objetos, sin considerar ningún punto de vista estético ya que no los conocía.
Una tarde fuimos a dibujar una casa en el Prado; éramos unos seis o siete alumnos “de los sábados de tarde”. Yo me sentía desconforme porque no me inquietaba para nada el dibujo del natural, pero hice mi dibujo a lápiz de la casa rodeada de árboles. Al momento de la recorrida de Dumas mirando los trabajos de cada uno y llegando al mío, me dijo: “-ah, pero vos optaste por dibujar la casa; en realidad la idea es tomar la casa y los árboles como pretexto para decodificar una escena en la luz”. Acto seguido garabateando en un papel me dijo, “¿ves? acá hay una sombra de aquel alero que se junta con esa otra de la copa del árbol y conforman una mancha con una forma, la cual es fugaz, dura mientras la luz la dibuja; luego tenés otra forma menos oscura que abarca el techo, otras copas de árbol y un pedazo de ventana; y así sigue la cosa, como una máquina en la que las piezas se ensamblan”.  Vi bocetos de otros; seguían esa línea de construcción, en las manchas con diferentes grados de sombra aparecían unas líneas apenas, que aludían a la construcción y al follaje; anotaban datos de colores al lado de los bocetos. Una vez en el taller, acuarelaban en base a sus anotaciones; cada trabajo lograba trasmitir aquella escena. Mi dibujo en cambio, tenía la dureza de la copia, la ausencia de datos de la luz y el exceso de información de detalles. En los bocetos de mis colegas había síntesis, sensibilidad, inteligencia, arte. Comprendí que las naturalezas muertas que solían estar allí a disposición de quienes quisieran encararlas, se abordaban de igual manera. No había manzanas, ni limones, ni vasijas, había maneras de ser y estar un rojo, un amarillo, un azul, según la luz, su intensidad y dirección. Había un juego interno en cada escena que proponía olvidarse de los cacharros y las frutas para traducir la danza cromática, de valores y ritmos de los trazos.
Unos días más tarde, yo viajaba en ómnibus y de pronto me di cuenta que estaba observando la calle con esa nueva mirada: había un mundo diferente, menos contracturado, dinámico y lúdico debajo del que había estado viendo siempre. A partir de entonces, hasta las noticias de los diarios empecé a leerlas con otro criterio. Ese cambio radical en la manera de percibir, me marcó un camino que llega al hoy; no ocurrió desde la erudición, sino desde la guía y la experiencia directa.
En una exposición del maestro, “Rinoceronte con luz interior” (uno de los cuadros pintados con acrílico), me reiteró la experiencia por el camino inverso. Allí había una escena inventada, ordenada con criterios y leyes internas del cuadro, la luz intrínseca era convincente aunque imposible. Sin embargo, esa información había nacido del vientre de la naturaleza, de un trabajo para conocer la luz. Era una síntesis de lo que no somos y estamos por ser, siempre. O, como le gustaba tanto a Dumas, citar a Antonio Machado, en su “hoy es siempre todavía”.

Pedro García Lanza – El lenguaje pictórico
En la escuela o en casa dibujaba como todo niño a pura Crayola y hoja de garbanzo. En casa, mis viejos estimulaban el arte y la poesía, que estaban presentes tanto como la política. Fue cerca de los catorce años cuando percibí el dibujo como una forma particular y personal de expresión, una manera de decir. A los 20, y luego de un pasaje por las celdas de la dictadura, retomé el asunto reconociendo que además, era un oficio y precisaba a alguien que me lo enseñara.
Escuché en la 30 un anuncio de clases, apunté el teléfono y llamé, me atendió Sara (la esposa de Dumas Oroño) quien amablemente me animó para que fuera por el taller y hablara con Dumas. Al otro día temprano estaba haciendo sonar la campana del portón de hierro de aquella casa tan particular en el Prado. Sale Dumas, nos presentamos y luego él me dice
-          “ ¿Tenés algo hecho?, dibujos, pinturas…”
-          “Sí tengo”, respondí
-          “Bue,  traéme una carpeta y vemos “,  todo el diálogo transcurrió parados en el portón.

Pegué la vuelta, crucé el jardín botánico (vivía en esa época a pocas cuadras) y a la media hora ya estaba sentado dentro de aquel maravilloso taller. Abierta la carpeta, Dumas miraba cada uno de los trabajos atentamente, los separaba en dos montones, algunos los ponía en el piso como para verlos de más lejos. Me iba preguntando alguna cosa como,
-           “¿Para qué querés estudiar pintura?- y me daba explicaciones tales como- “el dibujo, la pintura, es un LENGUAJE expresivo al igual que la escritura, la música, y como en ellos, existe una gramática que hay que conocer, esa gramática está compuesta por formas, colores, la geometría, el ritmo… y además hay una TRADICIÓN que nos precede, una tradición de arte culto y otra de arte popular, igualmente valiosos ambos…… etc.”

Primerísima lección que jamás olvidaría, más algún comentario sobre mis trabajos dándome para adelante en algunos, marcando errores en otros; como él mismo reconocía, primero destacaba lo bueno y después te descargaba el camión de pedregullo arriba. Antes de terminar la entrevista, me preguntó
-           “ …y… ¿estudiás, trabajás…?
-          “ No estudio y ahora estoy sin trabajo”, respondí
-          “Ahh , y entonces ¿cómo me vas pagar la cuota?”

Segunda lección: este es mi trabajo, sale tanto y tenés que hacerte responsable. Este primer encuentro fue en febrero del ’75; en marzo volví un sábado de tarde, primer día de taller,
-          “Conseguí trabajo”, anuncié
-          “¡Qué bien!, ¿dónde?”
-          “En una metalúrgica”
-          “¡Mirá!” -y dándose vuelta hacia el resto de los alumnos, les comentó con alegría- “ parece que vamos a tener a un obrero artista”

De ahí en más, fueron 30 años de amistad, trabajo y escuela no solo de arte, sino también de vida, ética y estética.

María de los Ángeles Martínez - Una puerta que abre mil
En plena dictadura, cerradas las puertas de los centros de formación naturales del arte en nuestro país, otras, las resistentes del insilio, fueron forzadas a cumplir dos funciones de relevante importancia: se abrían generosamente para acoger al viajero que venía con su “santo y seña”, pero a la vez se cerraban de inmediato protectoramente, generando un reducto de confiada seguridad. Así se abrió aquella puerta en la que apareció el “recomendado” Dumas Oroño, con su sonrisa acogedora en la puerta de su Taller, de la entrañable calle de los jacarandás azules, Germán Segura, en El Prado.
Maestra, de profesión truncada, con hermano preso político, cuando me pregunta de dónde soy, y le dijo ingenuamente ”-de Villa Rodríguez“, una sonrisa enigmática apareció en su cara, ¡y claro! -después lo fui sabiendo- venía del entrañable San José de sus utopías, donde tanta siembra había realizado, y más aún del pequeño pueblo donde en la escuela a la que concurrí en mi infancia, él había iniciado los talleres de expresión plástica infantil que dieron origen a su primer libro ”La expresión plástica infantil”1. Pero él no hizo ningún comentario al respecto, solamente sonrió, dijo, bueno… tomó un puñado de pinceles, limpió una paleta y desde ahí, frente a una serie de objetos agrupados a modo de naturaleza muerta, aquella puerta, me abrió otras, innumerables puertas, hacia otras realidades, otros lenguajes, hasta hoy… Entré en aquel momento en la realidad de la pintura. El camino para acceder a ese nuevo territorio: la mirada. La que opera por abstracción de lo concreto, una nueva mirada para desentrañar la realidad. La mirada encargada de traspasar el objeto y llegar a la  “pintura-pintura”. Menuda tarea que me llevó su tiempo y tan apasionante, que nos costó  bastante a mi y a mis compañeros, despegar del taller, siempre teníamos algo que aprender, o tal vez, Dumas siempre tenía algo para darnos con su usual generosidad.
Siempre, la realidad enfrente y el ojo excavándola, hasta llegar a la orquestación de tonos, valores, colores y líneas en el espacio a construir; y junto a sus correcciones, siempre a mano, un ejemplo de la “biología del arte”, como le gustaba decir: para este “entrapado”, Velázquez o Manet; para aquel contraste, Goya y sus grabados; para la mancha que construye, Cézanne; para aquello de más allá, Matisse, Klee… íbamos desentrañando ese periplo, conversando como si nada.
Así, de puertas adentro - ¡tanto se podría contar!- el arte nacional resistía, sin poder asomar a la luz. El hilo de nuestra mejor tradición sin poder ser cortado. La sabiduría, la experiencia traspasada a los jóvenes, en estos centros de “cultura resistente” -como los llamarían luego- en este caso singularísimo centro, por los altos valores personales, artísticos  y el talento innato para la docencia de su Maestro.
1-       Dumas Oroño. La expresión plástica infantil. Bs As.1954

Una mañana con Dumas en el Liceo de Las Piedras
Dumas ejerció la docencia de Dibujo durante muchísimos año en nuestro liceo. Su pasaje no pasó inadvertido. Siempre fue un referente para proponer, estimular, organizar actividades culturales, artísticas y más específicamente de pintura, de murales, de cerámica, de escultura. Era un genio que transmitía su amor por lo artístico en cada momento. Encontró en el liceo el espacio, el apoyo y el acompañamiento para proyectar transformaciones que solo los creadores que no se rinden pueden soñar. Cada clase suya era un taller de arte. Aprender y practicar sombras, proporciones, colores, líneas eran parte de un aprendizaje continuo. Había sido discípulo del Taller Torres García, y allí , sus  entramados de edificios, los caballitos, los barcos, los símbolos torresgarcianos, estaban siempre presentes y obviamente el ser humano. Fueron, son, testimonios de una trayectoria brillante que  expuso en cada lugar de trabajo. Era un Pintor con mayúscula pero al mismo tiempo jamás dejó de ser un Docente. Sembró enseñanzas y motivó a muchos de sus ex alumnos que pudieron compartir con él espacios en los liceos, en los museos y que casi sin saberlo iban a recoger esa antorcha de creación hasta el presente. Fue una siembra que dio frutos generosos.
En la década de los 60 con el respaldo de la dirección del liceo, de otros docentes, adscriptos y funcionarios se emprendió un proyecto audaz, casi imposible de imaginar, pero que en los sueños de Dumas y sus compañeros iba a ser posible. Llegaron varios artistas vinculados al Taller Torres, todos de renombre en nuestro país y a nivel internacional. Los invitados dedicaron su talento y su tiempo a plasmar en los muros del liceo, murales con diferentes técnicas y materiales, obras de caballete que transformaron al liceo de Las Piedras en un verdadero centro cultural. Mato,  Augusto Torres, Vila, Gurvich,  Mancebo, Firpo y el mismo Dumas están y estarán allí por siempre. Desde el año 2005 ha sido declarado Patrimonio Cultural del Uruguay.
Dumas se jubiló pero nunca dejo de venir al liceo. Su anunciada llegada en las mañanas temprano era un acontecimiento. Los funcionarios de mantenimiento –amigos suyo- sabían que iba a proponer “corta un poco esa ramita que no deja ver bien el mural…”. El cafecito en la cantina o en el bar de la esquina de la plaza era la excusa para una charla siempre disfrutable, rica en contenido, con información y como siempre llena de sueños. Seguía sembrando sin darse cuenta… En esa avanzada de los 60 Dumas había dejado dos obras inmensas: un mural en placas de cerámica realizado conjuntamente con Firpo que está instalado en la parte superior del hall de entrada del liceo, es una joya!!  También un mural pintado sobre madera que está en el muro sur de la cantina. Tiene unos 5 mts por 3.50 y es una hermosísima creación constructivista. ¿Cuantas clases de dibujo, de historia del arte se deben haber dictado frente a ese mural? Cuantos estudiantes a su paso diario por la cantina se enriquecieron mirando formas, colores, espacios, signos… El paso del tiempo y la falta de una protección imprescindible le habían ido deteriorando. Dumas ya no estaba en su aula y todos sufríamos por el deterioro.
Invierno del 98, vacaciones de julio; el liceo en descanso y Dumas llama por teléfono anunciando una de sus visitas, a las 9 estaba en Las Piedras, esperándonos y pronto para compartir el cafecito. De a poco fuimos llegando era invierno y de vacaciones…pero recibirlo, escuchar sus palabras plenas de certezas era toda una tentación. De pronto, mirándome, con voz grave, pausada, cariñosa y amable, me dice: “Rosita el mural de la cantina necesita una refrescadita…” invitándome a acompañarlo en la tarea. Yo asentí con un gesto de alegría, tal vez de emoción casi oculta, pues no podía imaginar que el Maestro y Amigo Dumas me estaba invitando a restaurar su obra junto a él.
La obra comenzó al otro día; temprano, llegó con su caja de pinturas, sus gastados pinceles, sus enormes lentes y su clásica gorra de vasco que siempre lo acompañaba. Su bonhomía se reflejaba en su sonrisa, en su buen humor, en el gusto por el recuerdo de compañeros y momentos de su pasaje por el liceo. Me invitó a comenzar, mis manos temblaban y mis ojos recorrían la inmensa obra que mostraba los signos del descuido. Él comenzó a repasar con energía los trazos de la estructura marcada por una geometría dominante. La ciudad comenzaba a renacer a medida que iba reconstruyendo su entonces descolorida obra. Me dijo con una sonrisa animadora y tierna: “vamos Rosita, tú te encargas de los verdes…” El entusiasmo me ganó de inmediato y el intercambio creativo se hizo fértil, jugoso, disfrutable; los pomos se abrían y cerraban sin permiso, las pinceladas se repetían en cada rincón del mural. La elección era una paleta baja, el objetivo, igualar la paleta original de Dumas, eso era lo que interesaba. Un banquito en medio de los dos servía de apoyo para preparar los tonos, que como gran artista hacía “al ojo” mientras me enseñaba los secretos de su oficio. Dumas comenzó con los ocres, los tostados, los marrones, los sienas que lucían más fuertes junto a los verdes olivos, los azulados y los amarillentos que me empeñaba en incorporar. Dumas mezclaba negros y blancos, buscando luces, su empaste característico renacía, al pincel lo alternaba con una pequeña espátula…las horas pasaban y el mural volvía a lucir como en los 60.  Algunos amigos nos acompañaban y le acercaban a Dumas cada tanto un mate sabroso que le servía de pausa para darle a la obra una mirada global, para comentarme los avances, al tiempo que transmitía la alegría de lo que estaba haciendo…
Pocas semanas después pudimos hacerle  un  homenaje en la biblioteca-museo del liceo, colmada de amigos, de colegas y de ex alumnos. El encuentro sirvió para presentar nuevamente el mural restaurado. Para mí fue una experiencia inolvidable. Su docencia, su compañerismo, su solidaridad, su generosidad para brindar sus conocimientos multiplicaron mi admiración por el gran artista, el excelente amigo y el hombre bueno, bueno en el verdadero de la palabra bueno!! Habían pasado muchos años, y el MAESTRO nos había vuelto a dar una clase de pintura!!!
Prof. Rosa Blanca Fourmet


Mañanas de Taller
Qquienes tuvimos en las manos el libro de Dumas (Dumas Oroño, Editorial As, 2001) ya conocemos algo de esta historia.
Hablando sobre perspectiva, Dumas me dio a leer un cuaderno,  lo vi como un tesoro, era uno de sus cuadernos pedagógicos. En ese momento surgió la idea del futuro libro y con mucha espontaneidad y crueldad, pregunté: “¿esto es para después de su muerte?”(!!!) Como un filosofo, más que pintor, me habló sobre la vida del artista y me dio ejemplos de los distintos pintores del taller, y aseguro que la idea era imposible, sus palabras fueron “hacer un libro no es moco de pavo sino de rinoceronte”.
 Nos reunimos con Martha, luego con Tatiana, y así fue naciendo la cadena para homenajear al MAESTRO.
 Trabajo intenso, mucho apoyo, se fue formando un grupo humano extraordinario, y con el maestro muy entusiasmado  dirigiendo su libro, ésta  es la parte más bonita de la historia y la que recuerdo con gran cariño.
¿Cómo era una  MAÑANA en el TALLER? 
 Teníamos más de un modelo para elegir, por ejemplo: pinturas en la luz, composición, color, valor, tono... Una vez al mes teníamos clases teóricas, apoyadas con videos y libros. Las correcciones del maestro eran severas y a veces duras, pero el té y las galletitas a las 10 no faltaban. Dumas fue maestro, amigo, consejero, padre. Estas líneas son un adiós y un hasta siempre a su memoria.
Marta Basoa


El maestro del silencio
Cuando era un niño comencé a ir los sábados de mañana al Taller de Expresión Plástica de Dumas Oroño. Allí me encontré con una banda de forajidos que fueron mis compañeros de ruta y juntos en ese viaje empezamos a entender que el arte es un lenguaje que se hace por “sucesivas negaciones”, como decía Dumas.

Dumas era un hombre grande, de grandes huesos y manos, con lentes de armazón
oscura, boina ladeada y una sonrisa insinuada que delataba su inmensa ternura. Nos leía cuentos, nos sacaba a pasear mientras nos enseñaba a mirar la casa y la ventana, el tacho, la vaca y la mujer.

Nos enseñaba a crear, a construir un lenguaje que se hace con lo que uno tiene dentro, y por eso es como un embarazo. Y en ese proceso de gestación que está lleno de dudas y ansiedades, para orientarse en el andar es muy importante conocer bien a los familiares. No digo los familiares de sangre, sino los familiares que uno encuentra mirando la historia del arte; otros artistas que construyeron mundos que a veces nos conmueven y nos convocan.

Dumas después de sus viajes a Europa nos presentaba a sus familiares y sacaba telas
pequeñas donde había realizado copias de la pintura negra de Goya. Había desentrañado desde el lienzo hacia arriba la operaciones que realizó Don Francisco de Goya en aquellas circunstancias. Otras veces nos hacía observar Las Meninas o nos mostraba la historia de la pintura en la luz, o simplemente nos íbamos a dibujar el espectáculo de la feria, con sus carros y caballos.
El taller era un espacio amplio, de dos pisos, con muchos caballetes, libros y cuadros. Una luz inmensa entraba desde el ventanal superior y en los rincones del taller dejaba Dumas sus huellas, como un león que marca su territorio todos los días. Una articulación de manchas y una serie de líneas que recuperaban un perfume de la realidad, junto a un verso: “Hoy es siempre todavía”. .. estaba pintado en una pared.

Lentamente, sin casi darme cuenta, Dumas se convirtió en mi maestro y yo en su alumno; y transitar tantos años en ese mágico taller trajo profundas consecuencias en mi vida. He admirado la belleza profundamente y todavía tengo el hábito de garabatear sacando partido al temblor de mi mano, he conocido más familiares y me he enamorado de sus obras cada vez.

Ese camino me llevó al diseño y a la docencia, y cuando empiezo un proceso de trabajo en esos dos ámbitos Dumas siempre está cerca. Tengo un retrato que me regaló para mi cumpleaños, y también tengo un estudio en óleo de un pan hermoso, además de sus libros y de mil vivencias con un ser humano excepcional. Cuando creo algo, como en un antiguo ritual todo eso esta cerca de mí, lo necesito como al agua.

En su Taller conocí a Antonio Machado, a Rafael Alberti y a Pablo Neruda. Dumas era un hombre muy generoso, y si uno quería ver un libro de la biblioteca con cuidado, lo sacaba y punto. Se escuchaba a veces música clásica y otras veces algo del canto popular, y así compartíamos el pan y el hambre de saber más.

Además de todas las puertas que Dumas nos abrió; él – humildemente y tal vez sin
quererlo - fue un referente espiritual, necesario y vital para nuestro crecimiento.
Cuando me hice adolescente y buscaba con frenesí una manera de decir propia iba a
muchísimas exposiciones. Con ese impulso de la edad solía hacer juicios de valor rápidos sobre lo que veía, y en la clase siguiente le preguntaba a Dumas que le parecía la obra de fulano o menengano. Dumas se tomaba su tiempo para hablar, “y bueno …” me decía, mientras comenzaba a desarrollar su pensamiento; pero nunca habló mal de nadie. En caso que la obra de ese fulano o menen gano no lo conmoviera me decía “tal vez es una limitación de mi sensibilidad”.

Era un optimista que intuía lo largo de los procesos históricos, y se preocupaba en serio por el mundo del otro. Los primeros retratos que hicimos eran de un señor que tiraba un carrito, al que Dumas le dio unos pesos para posar, o la hija de una vecina del barrio. Cuando me hice más grande a veces elegía la modelo, entonces invitaba a algunas compañeras del liceo que me deslumbraban a posar en el Taller. Y allí, con la luz que habitaba ese espacio, Dumas terminaba por deslumbrarme aún más, porque ese rostro lo construía con un conjunto de puntos, manchas y líneas. Por supuesto que siempre él le daba los últimos retoques a los retratos que yo hacía, y con su trazo nervioso y múltiple me ablandaba la boca y los ojos.
“Háblenle a la modelo “ decía, para que ella sonriese y el rostro quedase más blando para captar ese instante fugaz de belleza.

Dumas era un comunista de pies a cabeza y de frente y perfil. Cuando fui creciendo y
quise conocer más de su mundo buscaba hacer otras actividades en el taller como quedarme a lavar los pinceles después de clase, entre otras complicidades. Dumas también tenía carácter muy fuerte y el destrato a los pinceles por irse rápido y no lavarlos era algo que le molestaba de sobremanera. En esas charlas que teníamos mientras hacíamos cosas, muchas veces me decía que la Biblia tenía pasajes muy poéticos, como ese de “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”...
“Un pintor tiene que olerse para conocerse”, me dijo otro día.

Mucho después entendí que el lenguaje que uno construye, -después de las sucesivas
digestiones de sus familiares- tiene una estética que está ligado inevitablemente a una
actitud ética.

Por todo esto, en medio de este capitalismo salvaje en el que vivimos aturdidos por el
consumo; reunirnos todos juntos para recordar a Dumas Oroño es una señal de esperanza y de que es posible aún construir un mundo mejor…
Marcelo Piana Barboza

El artista, el maestro, el amigo
Mi relación con Dumas fue fundamentalmente a través de la docencia. Pero en el transcurrir de los muchos años que integré su taller, el conocimiento de los diferentes planos se fue filtrando en el diálogo abierto y franco que trascendía la relación alumno-docente. El no podía ocultar su transparencia, su sinceridad, y su coherencia con la manera de sentir la vida, y con su ideología.
Como artista tuvo sus orígenes en el taller Torres García, donde quizás fortaleció su disciplina, su seriedad frente al trabajo.
Aquel ámbito de bases muy estrictas estaba fundado a partir de un fuerte cimiento, con características intelectuales sin omitir la emoción.
En Dumas se proyectarán ciertos conceptos fundamentales que libera frente a su capacidad creativa, generando otras formas de construcción que va adaptando a las circunstancias. Así recurre a temáticas y técnicas diversas en concordancia a la integración planteada por la Escuela del Sur. Desde el dibujo a la pintura, y el relieve como obra de caballete o mural, que se ubican en distintas viviendas y en lugares públicos. De la misma manera las rejas y las esculturas.
Su lenguaje sutil, delicado, trasmite una gran sensibilidad, muchas veces con escasos recursos, donde faltan las palabras pero se intuye el alma. Sus colores y caligrafía vibran con ritmos y equilibrios visuales y en muchos casos las luces y sombras son elementos primordiales.
Su última serie donde cambia totalmente la paleta como un augurio de transmutación a partir de su fuerte contenido de tonos violetas fue para mí un llamado de atención.
Como maestro lo caracterizaba una gran facilidad para trasmitir conceptos así como también una enorme cantidad de recursos, reflejados a veces en ejemplos, o aplicando lo lúdico, fundamentalmente en el caso de los niños. Pero lo que aún es más importante, se distinguía por su generosidad. Las horas de taller que transcurrían generalmente en el espacio físico creado para tal función, o en exteriores, eran vividas con placer, en un ambiente cálido y de comunicación, donde no había juicios ni competencias, y se alimentaba el deseo de crecer.
Como amigo considero que la fidelidad fue su característica esencial.
Me consta que compartía largas veladas con todos ellos, entre los cuales había un gran número de psicoanalistas, lo cual habla de su interés por ese mundo oculto que repetidamente se hace presente en la obra de arte tiñéndola de materia viva, que a distinto nivel comparte el artista con el público.
Pese a haber sido aceptado por excelentes críticos su bajo perfil no alimentaba la permanencia y el reconocimiento de su obra.
Felizmente, gracias a la idea de una de sus alumnas, Marta Basoa, emprendimos un largo viaje con otras personas que colaboraron con el proyecto, y se pudo editar un libro que recoge el perfil de este querido maestro.
Martha Langona 

Dumas Oroño:  Maestro que enseñaba a mirar
Dumas Oroño  fue mi profesor de dibujo en el liceo Alfonso Espínola de San José en los primeros años de la década del 50.
Era un hombre esbelto, de vestimenta prolija y sencilla que  tenía,  sin embargo,  un toque de bohemia, usaba tonos suaves,  como muchos de sus dibujos acuarelados.
 Recuerdo su mirada, directa, clara, penetrante. Y o  sentía que ese profesor me veía el alma. Y yo pensaba:  “sabe que no sé dibujar” , y temía su juicio.
En sus clases  trasmitía  firme disciplina, sus afirmaciones eran seguras  y cuando sonreía surgía una ternura que  acariciaba y todo temor se disolvía.
Años más tarde, por 1981, concurrí a su taller del Prado por unos pocos meses.  Mi vida de familia, mi trabajo me impidieron continuar.  Ahí tuve conciencia del Maestro, me hizo descubrir cómo la imagen aparecía de la luz y la sombra, cómo el color era parte de la luz… Pasé a vivir en un constante asombro.
Recuerdo que me recomendó llevar una libretita para dibujar los ritmos de la naturaleza, de las hojitas de los árboles, de las ramas, del paso de la gente en la calle, del empedrado que quedaba en algunas calles, de los caminitos de hormigas…
Estaban la luz, la sombra, el color, el ritmo, y además, encontrar la esencia de lo que quería representar en la línea mínima, desnuda. Yo sentía que esa forma de expresarse era musical y que la música se acentuaba con el silencio.
El Maestro me enseñaba a mirar y me regalaba un universo de goce infinito.
Pero hay más, su disciplina, su firmeza estaban  profundamente unidas a su solidaridad humana, a su ética, su ternura abarcaba a la humanidad toda , era también Maestro de vida, humildad y dignidad.
Guardo con enorme amor una de sus calabazas que tiene grabado un poema de su hija Tatiana y depurados grafismos  que me muestran a mi San José de esos años, el terruño compartido con el Maestro.  Es un tesoro que expresa el milagro de esos dos artistas que en esta obra, son uno solo, logrando  una resonancia total con mi alma y está claro que no soy una excepción.
Mi asombro se redobla, yo recupero por esa magia el sentir de mi adolescencia, el espacio, el aire, el color, el sonido de las calles de San José.
                                                                                       Elia Geninazzi Luaces
Recuerdos de niño de un ex alumno
No sé por dónde comenzar a contar todo lo que recuerdo. Creo que fueron como cinco años (me acuerdo que fui uno de los que estuvieron mas tiempo  en el taller en mi grupo) en los que viví muchas experiencias y aprendí mucho.
No se como llegué allí, como me enteré de la existencia del taller. Quizás algún afiche o comentario atrajo la atención de mis padres y viendo mi gusto y habilidad en las artes (en este caso plásticas) me ofrecieron la oportunidad de ir al taller. El primer día debí de estar nervioso, como cada vez que comenzaba alguna actividad en un lugar y con gente desconocida. Sé que antes de comenzar hubo una pequeña entrevista donde tuve que llevar dibujos y cosas hechas por mí y hablé sobre mí y mis gustos.
Recuerdo los grandes estantes llenos de materiales, la arcilla, las salidas al aire libre observando y dibujando….  las meriendas en los cumpleaños.  Recuerdo los dibujos con tintas, tallados en yeso y un material que siempre me encantó: la piedra de arena, que había que tallarla con mucho cuidado y con instrumentos con puntas pequeñitas, como el hormigón poroso. También me gustaba hacer maquetas con cajitas de medicamentos, botellitas, palitos y otros materiales reciclables.
El taller era un refugio, un escape a la rutina. Los miércoles a la tarde deseaba salir de la escuela para ir al taller. Era la actividad que más me gustaba entre la escuela y la natación.
De los últimos años me acuerdo de actividades con los padres, también cuando fue un profesor de teatro y cómo nos enseñó a usar y respetar  las máscaras y las obras en que actuábamos. De trabajos que hicimos, me acuerdo de los cabezudos con globos, máscaras hechas sobre nuestros rostros, recuerdo que alguna vez hicimos dibujos a partir de cuentos. Se que había comenzado otro taller en otros días y otros horarios ya que mi hermana iba.
Nunca voy a olvidarme de lo vivido, el taller fue una pieza importante en mi niñez y ahora que estoy estudiando cine… las bases en la plástica que aprendí me han servido mucho. El arte siempre va a acompañarme en mi camino por la vida, tanto la plástica como las letras.
Cada tanto me encuentro con algún viejo compañero, a veces veo por la calle una cara que me parece conocida del taller, y sé que lo puedo saludar y hablar porque a pesar de haber crecido y cambiado, siempre tendremos algo en común muy profundo que compartimos. Y entonces, hablamos sobre los viejos tiempos de la niñez.
Juan Pedro Gallinares


Testimonio del pintor Anhelo Hernández y foto de Dumas en el equipo de basquet estudiantil, 1936. (Tomado del libro "Dumas Oroño", Ed. AS 2001)




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